Hoy es el turno de la seriedad y como a mi se me hace imposible hacer algo serio, llamé a nuestro columnista estrella (el único que hay) para que nos traiga a la memoria al gran Victor Jara.
Ok, es casi
imposible nombrar a Víctor Lidio sin que
salten los adjetivos, la controversia, la rabia, la confrontación. Pero como este
es un blog musical, haré el esfuerzo y me dedicaré a analizar la parte musical
(que, ojo, no es la única ni la más rica, meramente la más conocida).
Víctor
era la reencarnación de la genialidad. Era una suerte de Mozart criollo,
parecía tener dos lóbulos derechos, llevaba la sensibilidad creativa y
artística a flor de piel, la genialidad le brotaba desde lo más profundo del
alma, y al contacto con el aire su presencia se materializaba en acordes, en
melodías y acordes simples, en arpegios complejos, en letras de sangre
caliente, en divinidades, humanidades, y travesuras. Un compositor, cantor y
músico único e irrepetible.
Era capaz de ver la hermosura de la simpleza más austera de la vida, el ejemplo claro es su trabajo en el campo y en el sur de chile, de donde rescato con especial afecto (soy una persona sensible y esta canción me llega al alma) a “Angelita Huenumán”, que trata de una mujer que vive de su propio arte ancestral, sus telares, y de su existir cotidiano. Su sensibilidad le hacía captar la belleza donde otros veían solo pobreza, y es en la vida simple, en la vida de campo, en lo autóctono donde Víctor halló gran parte de su inspiración, y de la cual brotaron numerosas creaciones, cada una más genial y bella que la anterior (Cai Cai, Gira Gira Girasol, Caramba Durmiendo, etc).
Trabajó mucho tiempo viajando y recopilando tradiciones altiplánicas, antiguas como el continente mismo (Jai Jai, El Pimiento, Inga, Lamento Borrincano, El Tururururú, etc.) y mezclando de manera genial (era que no) la música étnica con su voz popular. Investigó también en las raíces españolas de nuestro pueblo (Romance del Enamorado y la Muerte).
Era capaz de ver la hermosura de la simpleza más austera de la vida, el ejemplo claro es su trabajo en el campo y en el sur de chile, de donde rescato con especial afecto (soy una persona sensible y esta canción me llega al alma) a “Angelita Huenumán”, que trata de una mujer que vive de su propio arte ancestral, sus telares, y de su existir cotidiano. Su sensibilidad le hacía captar la belleza donde otros veían solo pobreza, y es en la vida simple, en la vida de campo, en lo autóctono donde Víctor halló gran parte de su inspiración, y de la cual brotaron numerosas creaciones, cada una más genial y bella que la anterior (Cai Cai, Gira Gira Girasol, Caramba Durmiendo, etc).
Trabajó mucho tiempo viajando y recopilando tradiciones altiplánicas, antiguas como el continente mismo (Jai Jai, El Pimiento, Inga, Lamento Borrincano, El Tururururú, etc.) y mezclando de manera genial (era que no) la música étnica con su voz popular. Investigó también en las raíces españolas de nuestro pueblo (Romance del Enamorado y la Muerte).
No
se dejaba amilanar por nada, ningún prejuicio hacía tambalear su espíritu
generador de virtud, el hombre es un creador, nos dijo, y por lo tanto eso
hizo: creó, sin dejar de lado ningún estilo ni tendencia. Recordado y famoso es
su entrevero con artistas contemporáneos a él cuando decidió utilizar guitarras
eléctricas en su disco “El Derecho de Vivir en Paz”, y más específicamente en
la canción de mismo título, canción que, si me permiten, es de las obras de
Rock (sin apellidos) más completa que ha visto este país, por su letra
enardecedora de espíritus, su maravilloso arreglo y su potente guitarra. Es cierto,
Los Jaivas por esos tiempos estaban creando Rock Progresivo sin asco alguno,
pero la mera idea de mezclar lo autóctono, lo folclórico y lo “propio del
pueblo” con las guitarras imperialistas, era, para los actores de la Nueva
Canción Chilena algo repudiable. Y Víctor hizo caso omiso, fiel a su principio.
El hombre es un creador.
Cuesta
imaginarse que habría sido de su carrera artística si no lo hubieran matado.
Quizás que estaría haciendo hoy, da gusto, maravilla, y a la vez da una pena
tremenda imaginárselo. Y es que era como nuestro propio Bowie, era el tipo
distinto, el vanguardista absoluto. ¿Dije que intentaría solo hablar de la
música? Pues les tengo una noticia: les guste o no, está todo ligado, el lo
sabía perfectamente bien. El pueblo nace y se hace en torno a su identidad
cultural (de la cual la música es parte fundamental), y si hoy somos un pueblo
como la mierda en cuanto a cultura, es en parte por culpa de los energúmenos
que lo mataron. No tienen idea del daño que nos causaron, pues Víctor se dedico
en cuerpo y alma a inculcarnos y enseñarnos a amar lo nuestro, a abrazar
nuestras costumbres mestizas y a venerar como dioses a nuestros pueblos
originarios, y a su vez a fusionarnos con lo nuevo y lo extranjero DE IGUAL
MANERA. Esa era para él la manera de perpetuar y acentuar como nunca había
pasado nuestra identidad cultural. Somos
mestizos, por lo tanto renegar de una u otra parte es una contradicción
natural. Y si carecemos de elementos que nos unan como un colectivo, es porque
Víctor no vivió para completar su trabajo.
En fin, que viva por siempre Víctor Jara, el músico más grande de la historia de Chile. Pero que injustamente pobre suena decirle meramente “músico”.
En fin, que viva por siempre Víctor Jara, el músico más grande de la historia de Chile. Pero que injustamente pobre suena decirle meramente “músico”.
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