Por Escuadrón 04 de la
Fuerza Aérea, División Bangkok.
El fervor del equipo de trabajo lo obligaron a viajar a Santiago al lanzamiento del tercer disco de, para ellos, el amor de su vida. Entre risas y seriedad, declaran que aquel sentimiento que les despierta Banda Conmoción está muy ligado a la alegría plena que despierta ver a quien se ama la primera vez todas las veces.
Llegamos al teatro
antes de la hora señalada y consultamos sobre las condiciones de entrada.
Cuando corroboramos que todo estaba en orden salimos a dar una vuelta por el
barrio para conocerlo. Cuando ya faltaba poco para que empezara el show
volvimos al teatro.
Me sorprendí bastante
cuando entré. La sobriedad del asunto llamó inmediatamente mi atención. ¿Dónde
estaba el jolgorio y la bravura de la Banda Conmoción? La gente estaba vestida
formalmente y los cafés de vaso plástico pasaban de mano en mano. Familias que
iban a una gala, el nerviosismo previo de un algo que era importante.
La cosa venía en grande, pensé.
El traslado desde la
recepción al asiento fue un acto puramente mecánico. Sólo fue subir a buscar el
sitio donde permaneceríamos durante el concierto. Afortunadamente, el azar jugó
a favor de nuestro equipo y nos regaló la dicha de usar el asiento 29 de la
octava fila.
Un escritorio, una
marmita con agua caliente y una silla donde estirar los pies hicieron delirar
la imaginación del Oficial de artillería, quien con tanto espacio para sí mismo
se regocijó con la comodidad y la vista privilegiada que ofrecía el asiento.
Desde que nos sentamos percibimos un ambiente frenético cargado de nerviosismo. Los aplausos espontáneos se dejaban sentir, y las voces se gritaban esporádicas en un teatro que estaba lleno. De fondo, una música que recordaba marchas de guerra; ritmos bravos y energéticos enardecían los ánimos.
Se apagó la luz y se abrió el telón. Y como si de una fotografía se tratara, apareció la banda en pleno.
La cosa venía en grande, pensé en cuanto los vi.
Intermedio, lapsus,
desvarío y descalabro: Hay que consignar agradecer para siempre el agua.
Y con aplausos, vítores y estruendos empezó el concierto
Detenerse. Señalar que
lo visto fue tan personal, tan íntimo e intenso que no sé si a eso se refiere
la gente que dice que la música es un arte por el hecho de poder despertar
emociones. Pero meditar acerca de la vida y la muerte y el paso del tiempo, los
cigarrillos y las morisquetas de los labios y el color rojo, o la soledad de un
bosque o de un desierto-¿Cuál desierto?- con música que seguramente no tiene
nada que ver con eso te hacen pensar que el fervor y el amor puestos en ese
trabajo son capaces de llegar tan profundo en el alma que es como llegar al
centro mismo de la conciencia, allí donde está todo. La gente se ponía de pie como eyectada de sus
asientos, y la efervescencia iba en ascenso. Los esenciales estaban presentes y
se hacían sentir con alegría. Al grito de ‘’Saquen las butacas’’ la gente rió
nerviosa y alegremente. El lugar era una fiesta.
La cosa iba en grande.
-Para ti, que sé que te
encantan: Había un músico tocando una campana -
La primera parte del
show terminó a los 45 o 50 minutos. El alto mando del escuadrón aún no se pone
de acuerdo al respecto. La fracción que estaba sentada a la izquierda reclama
que claramente fueron 50 minutos, y argumenta a su favor que hubo momentos en
los que no hubo relación alguna con la realidad y en los cuales no se puede decir que el tiempo transcurrió
acorde a lo que de él se espera, mientras que la fracción acomodada al lado
derecho es categórica al enfatizar que fueron 45 minutos pulcramente
calculados. Todo ensayado, agregaron.
Como fuere, llegamos a un entremés de descanso en el que toda la gente salió a tomar aire, a fumar, a conversar sobre la electricidad o sobre la estática, y a intentar empaparse un poco de calma. El ambiente general era de expectación y de alegría después de todo lo que habíamos visto. De a poco los ánimos se caldeaban, y cuando nos pidieron volver –algunos de los miembros presentes fueron al baño, mientras que otro grupo debatió acerca de la pertinencia de comprar de algo que comer (cosa que finalmente nunca sucedió)- todos lo hicimos cuán rápido pudimos.
La segunda parte iba a
empezar.
El ánimo se redobló, y
los cantos se multiplicaron. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que toda la
gente sentada pasó a ser una multitud bailando en sus asientos, incapaz de
mantenerse quieta? Cuanto tiempo fuere necesario, pronto hubo un verdadero
carnaval en todo el teatro. ¿Qué podía hacer esa pobre acomodadora con aquél
joven que grababa con ahínco, creyendo que el recuerdo sería el mismo en ese
video chiquito de resolución mínima? ¿Prohibirle grabar, obligarlo a mirar el
espectáculo que se abría a sus ojos, era un regalo o un robo? Daba igual, la
gente no escuchaba nada salvo la energía de sí mismos.
¿Quién del escuadrón comentó que había suficiente alegría allí reunida como para hacer una revolución, o al menos para enceguecer el sol?
El show se debatió entre el fervor y el encanto. Cada seña, cada guiño y sonrisa y paso de baile era celebrado con tanto entusiasmo que pensé estábamos todos enamorados. Aplausos y cantos y risas y comedia. La nula seriedad cuando se suponía todo debía ser tensión. Las bromas del público que hacían recordar el ambiente distendido de un gran almuerzo familiar. La alegría, sobre todo la alegría.
Y de pronto acabó.
El show terminó con una despedida sobria que era un agradecimiento a cada gota de sudor engastada, que era un abrazo genuino que todos y cada uno les queríamos dar. Verlos así de radiantes bien valía todo el esfuerzo y el sueño y el cansancio, verlos allí bien valía el temor del tiempo que se extingue. ¿Qué era el dolor, sino otra manera de amarte?
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